Un niño pelinegro estaba estirado en su cama, como acostumbraba a estarlo cada noche. Estirado, sin hacer nada, sin pensar nada. Porque no podía. Y aun así, tenía ganas de llorar. Sabía que sería bueno que llorara. Sin embargo… no se sentía capaz, no le quedaban lágrimas.
Hacía apenas dos días, aun tenía esperanza. Esperanza de que todo se
(
Read more... )